J.L.B.
Por Edit Marinozzi
“¡Queman libros, queman libros!” gritaban los chicos. Era el 30 de agosto de 1980, y un millón y medio de ejemplares de libros del Centro Editor de América Latina ardían en una hoguera que persistió por tres días en un baldío de Sarandí.
La policía de la provincia de Buenos Aires cumplía así la orden que el 7 de diciembre de 1978 firmara el mayor retirado del ejército, Héctor Gustavo de la Serna, que actuaba como juez federal en la ciudad de La Plata.
Los inspectores municipales y el Cuerpo de Caballería habían allanado y clausurado los depósitos del CEAL en Avellaneda y arrestado a catorce peones, bajo la acusación de infringir la Ley 20840, que castigaba a los ciudadanos que “por cualquier medio, intentasen alterar o suprimir el orden institucional y la paz social de la nación”.
Porque se trata de recordar: además del secuestro y la desaparición sistemática de los luchadores sociales y de la consolidación de las bases del plan económico de Martínez de Hoz, la última dictadura militar también llevó adelante una clara política de desaparición y sustitución de buena parte de la producción literaria de la época.
Y es que esos libros “algo habían hecho”: crearon lectores donde no los había. Fueron editados con la explícita intención de abrir perspectivas a los que hasta entonces no los compraban o a los que tenían poco dinero para comprarlos. “Van a ser muy baratos y van a poder comprarlos todas las personas del mundo”.
Ese fue el sueño de un hombre singular en la historia de la edición argentina: Boris Spivacow.
Hijo de revolucionarios, lector voraz, matemático que no ejercía “porque no estaba dispuesto a ponerse el crepón negro cuando murió Evita”, Spivacow inició su vínculo con el mundo editorial a raíz de que tuvo como alumnos particulares a los italianos judíos antifacistas Civita, Levi, Terni y Amati, quienes gestaronAbril, una editorial para chicos y adolescentes. Entre el 41 y el 45 trabajó allí como free lance en tareas de redacción, corrección y consulta sobre textos. Se convirtió después en empleado de planta, director de publicaciones infantiles, director general y subgerente, junto a Aldo Porto y Gino Germani. Fue responsable del lanzamiento de muchas colecciones: Pequeños grandes libros, Diverlandia, las historietas del Sargento Kirk de Pratt y Osterheld. Gatito, inspirado en el de Perrault, y Bolsillitos -que en 1953 vendió 110.000 ejemplares por semana- tuvieron gran repercusión también en toda América Latina.
En 1958, el rector de la UBA, Risieri Frondizi, que quiso una universidad abierta, al servicio de todo el país, se propone crear Eudeba, la editorial universitaria que tenía como modelo otra de financiamiento estatal, la mexicana Fondo de Cultura Económica. Importaron a su gerente, Arnaldo Orfila Reynal, para se ocupara de elegir a quien dirigiría Eudeba. Por entonces, Spivacow ya era docente de la UBA y seguía trabajando en Abril, y aunque estaba entre los seleccionados, su currículum sonaba demasiado ecléctico. Orfila decidió su candidatura con una prueba clave: le pidió conocer su biblioteca. Y el puesto fue suyo.
El objetivo era una editorial que, en vez de reducirse al ámbito universitario, saliera a ganarse al gran público. El lema, “Libros para todos”. La estrategia, editar libros con precio accesible y una distribución que excediera el circuito habitual de las librerías, para concentrarse en los kioscos. El mecanismo, que garantizaba tanto la continuidad en el mercado como la previsibilidad en cuanto a la cantidad de ejemplares a editar, fue el fondo organizado en colecciones. Entre ellas, Cuadernos,Lectores, Serie del siglo y medio y Arte para todos, cuyo primer título fue el “Martín Fierro” ilustrado por Castagnino, el libro de arte más vendido de nuestro país. Durante su gestión, Eudeba llegó a ser un enorme éxito comercial y cultural, con publicaciones de excelente calidad y masivo alcance.
El 3 de agosto de 1966, después de “La Noche de los bastones largos”, Spivacow y su equipo presentaron un documento de renuncia. Dejaban 802 títulos nuevos, 281 reediciones, 11.461.032 ejemplares vendidos, una empresa que no daba pérdidas y multitudes que ya sabían que leer era un derecho irrenunciable.
Con varios de sus colaboradores, Boris fundó el 21 de setiembre del mismo año el Centro Editor de América Latina, con la misma actitud de divulgación y extensión. “Más libros para más” era ahora el eslogan del CEAL.
En 1967 apareció, con un fascículo y un libro semanal, la Historia de la Literatura Argentina, en la que se inició una nueva generación de críticos; historias de la literatura universal, del Siglo XX, de las luchas obreras, del arte, geografías, libros para chicos, biografías, novelas.
“Logra un gran éxito con esta cultura popular en kioscos que se hacía sin plata. Era un mecanismo muy arriesgado, el formidable atrevimiento de un jugador de póquer”.
Graciela Montes lo define como un editor que tenía “un compromiso personal con su proyecto cultural, sabía dónde estaba parado, hacia dónde iba y qué es lo que quería hacer, con una lucidez que no he vuelto a ver en mi vida [...]
Yo aprendí de Boris que tenía que haber un editor que conciba el libro, más allá de todos los especialistas. ‘Vos imaginate lo mejor, lo más hermoso, lo más perfecto. Después vamos a ver cómo lo hacemos’, decía.
Era como seguir el camino del artista, porque para él editar era una pasión y un arte”.
Beatriz Sarlo coincide con otros colaboradores: “Me enseñó un oficio. Desde ir a un taller y ver cómo se mete un pliego hasta cómo se edita un libro”.
El CEAL, sinónimo de política cultural y cultura popular, de literatura por entregas y de entrega a la literatura, ofrecía un ambiente incomparable de trabajo. Es sabido que Spivacow pagaba sueldos bajos, y que el suyo era igual al de cualquier empleado. También, que viajaba en colectivo, caminaba para ir al trabajo y se ocupaba personalmente de comprobar en los kioscos si sus libros y fascículos estaban bien exhibidos.
Viejo, pobre y enfermo, Boris Spivacow recibió un único homenaje en vida: el 11 de mayo de 1994, dos meses antes de morir, la Universidad de Buenos Aires lo nombró Profesor Honorario.
El primer reconocimiento póstumo –y necesariamente póstumo porque murió antes de su publicación- es el libro de Maunás que editó Colihue en 1995, inigualable, porque están allí sus testimonios, fruto de las entrevistas que la autora le realizó.
En marzo del 2006 le pusieron su nombre a la plaza de la Biblioteca Nacional, homenaje complementado con una muestra, y seguido por una campaña que intenta rescatar todos los libros que publicó, encabezada por la periodista e investigadora Judith Gociol.
En el distrito de Avellaneda, un monumento recuerda su nombre y la fogata pírrica. Eventos similares fueron realizados por la Feria del Libro y por Eudeba.
La Cámara Argentina del Libro y la Secretaría de Cultura y Comunicación de la Presidencia de la Nación llama “José Boris Spivacow” a su concurso de Narrativa para autores inéditos.
En diciembre del año pasado, la Legislatura porteña entregó a sus hijos, Irene y Miguel, una plaqueta por “la tarea realizada por el primer director de Eudeba en pro de la cultura y la promoción y socialización de la lectura”.
Y han aparecido otros libros que rescatan y enmarcan su obra. Una serie de ensayos de investigadores de las universidades de Mar del Plata y Buenos Aires, referidos a distintos aspectos de la historia del CEAL, editado por Siglo XXI, que “dan cuenta del proyecto que redefinió las normas del campo intelectual argentino”. Y dos que editó Eudeba: el primero, sobre la relación de los libros y el golpe del 76, y el más reciente, casi un acto de reparación, en el que la relación de la dictadura con la cultura es analizada en la propia editorial.
La obra de Boris Spivacow perdura y se recrea. El fondo bibliográfico fruto de sus sueños es una realidad que sobrevivió a las persecuciones, y se encuentra en bibliotecas privadas y públicas a lo largo y a lo ancho del país. No ha dejado de circular, se sigue usando en cátedras e investigaciones, y sus efectos perduran: ahí donde hay títulos de Boris Spivacow, hay más libros, hay más lectores.
El fuego de Boris sigue ardiendo, mucho más fuerte que el de los biblioclastas.
Trabajo realizado para el Taller de Capacitación Literatura y Periodismo, del Programa Bibliotecas para Armar, coordinado por Mario Méndez, en la Biblioteca Popular Alejandro Gerchunoff.
Fuente:
http://www.blogs.buenosaires.gov.ar/librodearena/2009/08/28/el-fuego-de-boris-spivacow/
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